Matt Groening, el cerebro de Los Simpson y de Futurama, es simultáneamente un subversivo de la cultura popular y un genio de los negocios. Antes de dedicarse a la historieta y de crear el programa que cambiaría la cabeza de los chicos de todo el planeta, Groening fue un buen alumno que llegó a presidir el centro de estudiantes de su colegio secundario en Portland, Oregon. Todo lo contrario de Bart Simpson.

Su mirada sobre el mundo, ligeramente perversa algunas veces, salvajemente satírica otras, le permite a Groening ganar mucho dinero por algo que antes hacía gratis: burlarse del establishment. Groening (47) disfruta de una feliz madurez y de la vida en familia (él y su mujer tienen dos hijos varones) y continúa dibujando, como lo hizo durante los últimos 15 años, la historieta Life in Hell para seminarios alternativos. El hombre es un genio de la heterodoxia.

Pero la irreverencia de Los Simpsons e incluso el mismo Groening ya forman parte del establishment y son una marca rentable. Groening admite de mala gana que el magnate de los medios Rupert Murdoch, que emite Los Simpsons en 70 países, es su "jefe". La franquicia corporativa de Groening es terriblemente exitosa: gana varios millones por año con la venta de remeras, muñecos y toda la parafarnalia de los Simpsons. Y cada capítulo de Los Simpsons es una gran producción que emplea a cincuenta músicos, sesenta productores y actores, cien dibujantes en los Estados Unidos y trescientos más en Corea (Groening no escribe ya Los Simpsons, aunque sigue supervisando los guiones y a veces le da su toque personal).

A pesar del éxito, Groening insiste con su mensaje subversivo: "A las autoridades no les importa la gente".

En Futurama Groening transporta su mensaje al futuro, a la Nueva Nueva York del año 3000. Desconfiando astutamente del optimismo y de la euforia que rodean a la nueva tecnología, la serie está poblada por cabezas parlantes de celebridades conservadas en frascos, gaseosas narcóticas, publicidad para cuando uno duerme, extraterrestres tuertas, robots que toman cerveza y una megacorporación corrupta dirigida por una despótica madre (Mom).

Mientras que Groening sigue dibujando a mano sus historietas para las revistas, con Futurama no ocurre lo mismo: usa computación animada, y software de última generación. Como todos nosotros está, a la vez, fascinado y molesto por el mundo acelerado, de alta tecnología y repleto de herramientas que estamos construyendo, una aguda ambivalencia que hace de Futurama el mejor ejemplo de paradoja personal de Groening.

 

ENTREVISTA DE LA REVISTA WIRED